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sábado, 24 de enero de 2015

Vuelen, vuelen.

    ¡Hola a todos!

    Hoy vamos a hablar de un entretenimiento propio de los salones de la primera mitad del XIX, el juego del "vuelen, vuelen". Dicho juego de prendas que se desarrolla de la siguiente manera:


    La reunión o tertulia de varias personas se sienta formando un círculo alrededor del que lleva el juego. Éste pone las manos sobre sus rodillas y los demás hacen lo mismo. Cuando el director dice "vuelen, vuelen las palomas" o cualquiera otra clase de animal volátil y levanta los brazos en ademan de volar, todos los jugadores deben imitarle. Pero cuando aquel nombra un cuadrúpedo o cualquier otro animal incapaz de volar, deben guardarse de hacerlo porque entonces pagarán una prenda. El director, para hacer caer en falta a los demás, puede levantar los brazos para todos los animales que nombre, sean o no volátiles o permanecer inmóvil si le acomoda. Por consiguiente, los jugadores no deben atender a su acción si no a lo que diga.

    Una persona de viveza e ingenio puede animar mucho este juego nombrando rápida y alternativamente un ave, un pez, un reptil, etc; mezclando con ellos los objetos que no vuelan si no accidental o figuradamente, como una hoja, el viento, una flecha, una palabra, el pensamiento, etc. Entonces hay dudas: unos levantan los brazos, otros permanecen quietos; todos quieren tener razón, se debate, se ríe y se paga prenda si procede.

    Para evitar cuestiones sobre si levantaron o no los brazos, debe advertirse que han de alzarlos de manera que las manos lleguen por lo menos a la altura del pecho, pues muchos se contentan con un movimiento tan pequeño, que se duda si los levantan o no.


    ¡Un cordial saludo!

jueves, 22 de enero de 2015

Tirantes bordados.

    ¡Hola a todos!

    Aquí os dejo estos tirantes que he confeccionado. Los he hecho inspirándome en imágenes de tirantes bordados que he encontrado por Pinterest. Están confeccionados en lino natural y bordados a punto de margarita. Para el forro interior he utilizado morcelina morena. Para los elásticos, hebillas y enganches, me he servido de unos tirantes que tenía guardados de cuando era pequeño. Ya se sabe que nunca hay que tirar nada, todo se puede reciclar.





¡Un abrazo enorme!

martes, 20 de enero de 2015

Vestuario masculino de 1840.

    ¡Hola a todos!

    Vamos a analizar brevemente como era el traje masculino del período romántico, el cual se corresponde con el gusto por la seguridad, lo cerrado, y lo respetable y no con la fantasía de los aristócratas del siglo precedente. La vestimenta del hombre es aparentemente simple, sin embargo comienza a adquirir detalles en su manera de confeccionarse y en los detalles internos. El traje del hombre durante el siglo XIX expresará estos avances en patronaje y cada vez establecerá una mejor relación con el cuerpo estableciendo un ajuste perfecto. Hacia 1840 se configura un modelo durable de caballero que ya no sufrirá modificaciones importantes hasta el siglo XX. 


    Corset: La introducción del corset se manifiesta tanto en el vestido femenino como en el masculino. Que todos los hombres llegaran a vestirlo es una aseveración con escasas pruebas, pero a la vista de los grabados de moda no cabe duda de que los hombres aspiraban a competir con las mujeres en cintura de avispa y que esta aspiración no se agotó cuando menos hasta 1845.


    Camisas: Algunos autores afirman que el romanticismo como estilo literario y artístico dejó su huella en el traje masculino con la incorporación de volantes en la pechera de la camisa. No obstante, esta costumbre se observó antes de que el estilo mencionado inundara la espiritualidad de la época victoriana inicial. En los años 1840 el uso de volantes en la camisa era poco común y las normas exigían que la pechera fuera lisa, adornada solamente por finos pliegues planchados y perfectamente estirados. Para lograr la máxima rigidez del pecho de la camisa, algunos utilizaron un sistema que permitía a la prenda ser ajustada por medio de un botón, a la cintura del pantalón. En estos años aparecen también los puños a la vista por las mangas del frac, algo que deriva que éstos estén perfectamente limpios y planchados. Como también debían estar los cuellos, altos, pero ya sin la longitud que tenían en los años precedentes.


    Terno: Surge el terno, el traje de chaqueta, chaleco y pantalón del mismo tejido, el traje formal de caballero que ha llegado a nuestros días. Lo ilustramos en la fase siguiente.


    Pantalones: Los pantalones estrechos reciben la competencia cada vez más severa de los holgados, dichos “de pliegues”, antepasado del pantalón clásico de caballero universal en el siglo XX. A menudo se confeccionan con tejidos de cuadros y rayas, otro clásico del vestir masculino actual que heredamos del Romanticismo. Solían quedar sujetos al calzado por medio de unos estribos.


    Chaleco: Éste se reserva la fantasía en el vestir masculino durante algunos años, pero termina por volverse tan serio como el resto del ajuar. La largura quedaba justo a la altura de la cintura. Solían tener solapas.


    Chaquetas: Buscando una línea natural y suavemente holgada, las chaquetas se cortan sin remarcar los hombros, se reducen las solapas –ahora de cran regular– y se diversifican: además de la levita y el frac sucesivamente aparecen el traje a la inglesa, una suerte de cruce entre la levita y el frac, porque el faldón arranca desde la cintura (como en una levita), pero dibuja una diagonal hacia la espalda (como en un frac); y las levitillas o levitas cortas, cuyo aspecto, aunque todavía no su corte, las hace equivaler a nuestras americanas o blazer. Los fraques se ven paulatinamente reservados para las ocasiones más formales. 


    Calzado: Como continuidad de la etapa anterior, en los primeros años de la era victoriana, el calzado adecuado para la noche debían ser los escarpines. Posteriormente se aceptó el uso de botines negros, siempre especificando que debían ser de charol y lógicamente, cubiertos por el largo pantalón. Para aquellos que prefirieran los zapatos de corte bajo o escarpines, debían ser acompañados por medias negras de seda, aunque algunas ilustraciones de la época mantienen las blancas.


    Corbatas: Para los conjuntos de noche, la corbata (chalina) obligada era blanca, la cual se hace cada vez menos ancha. En EEUU se admitió durante algunos años, la corbata negra, algo inaceptable para las ocasiones de gala en Gran Bretaña. Al bajar el alto de los cuellos, la corbata –a la manera heredada de “les incollables”, ancha y con varias vueltas alrededor del cuello-, pierde protagonismo. A partir de 1840, en busca de una solución más práctica para su colocación, comienzan a ser formadas por una tira ancha que se anuda atrás a la cual se le agrega el lazo ya hecho al frente con una tira más fina, algo que dará paso, años después, a las corbatas hechas.


    Guantes: El uso de guantes en las actividades nocturnas pasó de ser algo obligatorio, a recomendable. Se insistía que un hombre elegante y decente no podía prescindir de los guantes para acudir a un baile, pues era impensable “tocar el guante puro de una mujer con los dedos descubiertos”. Pero entre la realeza inglesa primero y luego en Norteamérica, se comenzó, poco a poco a dejar de usarlos como obligación a partir de los años 1860. Los colores de los guantes debían ser oscuros o pálidos, pero para ocasiones muy formales, debían ser de color blanco o amarillo pálido, generalmente en piel de ante.


    Sombreros: De acuerdo con el Manual de la Moda Masculina de 1839, “En un baile o una fiesta la noche, el sombrero de copa plegado es lo apropiado y elegante, llevar un sombrero común en tales ocasiones, como lo hacen algunos falsos seguidores de la moda, es torpe y absurdo”. El sombrero común a que se refiere el manual, es la chistera con copa alta, convertida desde 1940 en casi un símbolo de estatus para el hombre burgués. La chistera expresaba respetabilidad, opulencia, dignidad y posición social. Se pensaba que, con su alta copa brindaba al hombre más estatura social y económica. Por ello, cuando en 1840 Antoine Gibus perfeccionó la versión plegable de la alta chistera, esta se convierte en el tocado preferido para acompañar el conjunto masculino utilizado después de las 6 de la tarde. Denominado como “chapeau claque” o “gibus hat” resultaba muy cómodo para las veladas en las que el sombrero debía desaparecer de las cabezas, una vez bajo techo. Ya podría llevarse bajo el brazo, estando de pié o colocado al lado de las butacas de la ópera o el teatro. Al sombrero de copa siempre con copa regular, es decir, de igual perímetro en la boca y en el remate, le surge un competidor: los sombreros de copa baja para verano, cercanos al canotié.


    Cabello: Se abandona el tupé, el pelo se peina con raya lateral y se apelmaza sobre el cogote al tiempo que se abultan las guedejas de rizos laterales a juego con el peinado de bandós femenino. Crecen las barbas y los mostachos, ahora de rigor, y a mediados de siglo, las patillas y carrilleras.



    Accesorios: Con la aparición de los bolsillos en los chalecos, se aceptaba que los relojes fueran colocados en ellos. El dije se convierte en cadena más larga que permita prenderla a uno de los botones del chaleco, con el fin de que no se cayera el reloj al ser manipulado. Esta cadena, como los anteriores dijes, eran elaboradas de oro o plata y decoradas con joyas, aunque la recomendación recordaba que “el control de la decoración y el adorno es mucho más varonil y elegante”. Con la aparición de los puños a vista y la necesidad de mantenerlos planchados, surge el uso de los gemelos. Se recomienda que estos sean pequeños y sencillos, generalmente elaborados en oro y adornados con diamantes, perlas negras u otras piedras preciosas.


    Sobretodos: Se generaliza la moda de los gabanes o paletós, los abrigos entendidos en sentido contemporáneo.



Fuentes: www.vestuarioescenico.wordpress.com  www.historiadeltraje.blogspot.com Las fotografías están tomadas de Pinterest.

domingo, 18 de enero de 2015

La Cartuja de Sevilla.

    ¡Hola a todos!

    Siguiendo con la "visita" a la Sevilla de 1840, hoy conoceremos una popular firma de loza que se funda en estas fechas y que por suerte ha llegado hasta nuestros días, La Cartuja de Sevilla. LA CARTUJA DE SEVILLA nace en 1841 de la mano de Charles Pickman (Londres, 4 de marzo de 1808 – † Sevilla, 4 de junio de 1883), que llega a la ciudad con la idea de establecer una nueva fábrica de loza fina de la mayor calidad, para competir con el dominio de las marcas inglesas.


    William Pickman se estableció en Cádiz en 1810 y luego se trasladaría a Sevilla, donde tendría una tienda en la calle Gallegos, desde donde vendía a toda España loza y cristalería extranjera. Al morir William, su hermano Charles  llegó a Sevilla procedente de Liverpool en 1822. Ante la enorme importación de cerámica inglesa el diplomático y político español Cea Bermúdez decidió prohibir la importación del producto por los puertos del Mediterráneo al tiempo que permitía la llegada de las materias primas para fabricarlo para fomentar la industria cerámica local. Esta medida proteccionista del gobierno español hizo que Pickman tomara la decisión de crear una fábrica en Sevilla.


    En el siglo XIX tuvieron lugar dos procesos de desamortización, por los cuales muchos bienes eclesiásticos pasaron a disposición de las autoridades del Estado para ser subastados. En la ciudad de Sevilla fueron producto de desamortización muchos conventos, que pasarían luego a otros usos. En 1836 el Ministro de Hacienda Juan Álvarez Mendizábal efectuó una primera desamortización. Charles Pickman pensó, en un primer momento, hacerse con el Convento de San Agustín, que se encontraba extramuros de la ciudad de Sevilla y en la ruta hacia Madrid. Sin embargo el lugar estaba ya destinado a servir como presidio, por lo que solicitó el monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas de Sevilla donde encuentra las condiciones idóneas para su propósito.



    La Real Orden del 4 de abril 1839 concedió el edificio a Charles Pickman, que pronto comenzó a construir en él la fábrica de loza. El 1 de enero de 1841 se puso en marcha el primer horno. Desde ese momento, los nombres de PICKMAN y de LA CARTUJA DE SEVILLA quedan unidos inseparablemente, designando la que muy pronto se convirtió en una de las producciones de loza más extensas y prestigiosas del mundo. Al igual que en otras fábricas de cerámica españolas del siglo XIX, como la de Sargadelos (en Galicia) o la de La Amistad en Cartagena (Murcia), llegaron maestros ingleses que eran conocedores de la producción de cerámica de forma industrial. A la fábrica de Sevilla llegaron 56 maestros británicos pero al cabo de diez años prácticamente todos se habían marchado porque los sevillanos habían aprendido rápido a realizar el trabajo. Es también importante señalar que en Sevilla existía abundante mano de obra especializada en la alfarería desde tiempo inmemorial. De hecho, las patronas de la alfarería son Santa Justa y Rufina, mártires de la Sevilla del siglo III d.C.


    Desde la fundación de la fábrica en 1841, Charles Pickman estableció métodos fabriles novedosos como la importación de materias primas, el empleo de moldes, el uso de maquinaria especializada como los brazos mecánicos y las prensas, el trabajo de especialistas ingleses y toda la experiencia ceramista del fundador que supuso el éxito inicial de la fábrica. El negocio resultó floreciente llegando a convertir la fábrica de Sevilla en una de las más conocidas de Europa y consiguiendo comerciar con los países hispanoamericanos. En 1849 la fábrica ya contaba con 22 hornos y unos 500 operarios. Un elemento característico de la fábrica son los hornos antiguos llamados "de botella", realizados en ladrillo y que en la Exposición Universal de 1992, celebrada en la Isla de la Cartuja de Sevilla, servirían de inspiración para el diseño del Pabellón de Europa, que hoy es la sede administrativa del Centro Tecnológico Cartuja 93. El propio edificio monacal que sirvió posteriormente de fábrica fue restaurado y sirvió de Pabellón Real en la muestra de 1992.

    Formas, decorados y colores característicos, comienzan pronto a crear un estilo propio que se convierte en la principal seña de identidad de la fábrica. Esa fuerte personalidad se transmite en las piezas decorativas, vajillas y juegos de mesa que se hallan presentes desde 1841 hasta nuestros días en colecciones públicas o privadas de cerámica artística, así como en las principales casas reales de Europa. La fábrica produjo loza estampada, loza blanca de pedernal, loza decorada sobre barniz de calco, loza pintada y loza china opaca.


    La segunda mitad del siglo XIX es de gran esplendor para LA CARTUJA DE SEVILLA que recibe numerosos premios de primera clase y medallas de oro en exposiciones internacionales: Paris (1856, 1867 y 1878), Londres (1862), Oporto (1865), Viena (1872), Sevilla (1858, 1929 y 1949), Barcelona (1888), Bayona (1864), Filadelfia (1876), etc. Un hito importante en cuanto a reconocimiento de la calidad de los productos elaborados por la fábrica se produce en el año 1871 cuando LA CARTUJA DE SEVILLA es nombrada Proveedora de la Casa Real de España por Amadeo I de Saboya quien concede posteriormente el título de Marqués de Pickman al fundador de LA CARTUJA DE SEVILLA, por su destacada aportación a los procedimientos industriales. Charles Pickman también es distinguido con su admisión en la Nobilísima Orden de la Jarretera británica, que se usa como marca en algunos de los modelos de la fábrica.

    Fuentes: La Cartuja de Sevilla.

sábado, 17 de enero de 2015

La Sevilla de la primera mitad del XIX.

    ¡Hola a todos!

    Y ahora para entrar un poco en papel, vamos a acercarnos a la Sevilla de 1840 gracias a estos apuntes de Sevillapedia. Una Sevilla que trataba de recuperarse de la invasión francesa, el expolio de obras de arte por parte del mariscal Soult o la desamortización de Mendizábal entre otras muchas calamidades que azotaron durante este siglo a la capital hispalense.


    En agosto de 1800 comenzaron los primeros casos en Triana de una epidemia de fiebre amarilla americana, Typhus icteroides, que rápidamente se extiende a través del río Guadalquivir; las autoridades intentaron atajarla prohibiendo actos públicos como teatros, pero en contrapartida las rogatorias en otros actos piadosos acabarían fomentando el rápido contagio. Ésta duraría hasta principios de 1801 y con ocasión de la misma, la población pasaría de los 80.598 a los 65.000 habitantes. En esta época aún se mantenía la costumbre de inhumar los restos humanos dentro de los edificios religiosos o en sus cementerios anexos, a pesar de que ya se había regulado su enterramiento extramuros; sin embargo, el devastador número de fallecidos obligó a hacer fosas comunes en el prado de San Sebastián y en La Macarena.

    Tras el pronunciamiento de Riego de 1820 en Las Cabezas de San Juan, el rey Fernando VII se ve forzado a acatar la Reforma Liberal, pero la Santa Alianza de los absolutistas acude en su ayuda entrando nuevamente tropas francesas en España, los denominados Cien Mil Hijos de San Luis. Las Cortes se ven obligadas a trasladarse a Sevilla, celebrando sus sesiones del 23 de abril al 11 de junio de 1823 en San Hermenegildo, ya que el día 12 toman la ciudad los invasores comenzando la conocida como «década ominosa» del final del reinado fernandino. En 1825 se nombra como asistente a José Manuel de Arjona, quien realizará muchas mejoras en la ciudad. Así como el paseo de las Delicias, la plaza del Duque y los jardines de Cristina; el acerado y empedrado de las calles; mejoras en los accesos desde Triana y la Cruz del Campo; y el alumbrado con farolas de hierro, llamadas fernandinas, que aún perduran en el centro. Además del aspecto urbanístico, también impulsó la creación y potenciación de la Escuela de Tauromaquia, el Conservatorio de Arte Dramático, la Escuela de las Tres Nobles Artes y el Diario de Sevilla.


    El reinado de Isabel II ocupa el segundo tercio decimonónico, la primera parte del mismo, hasta 1843, como regencia de María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Hay dos hechos que marcan notoriamente el curso de Sevilla, por un lado la supresión administrativa de los reinos en favor de las provincias, bajo el ministro Javier de Burgos, en 1833, que suponen la pérdida del control administrativo desde la capital sobre los territorios onubenses y gaditanos; por otro, las sucesivas desamortizaciones, a la iglesia de Mendizábal en 1836 y a ésta y los ayuntamientos de Pascual Madóz en 1855.

    Por su parte, las desamortizaciones supusieron un alivio para la deuda pública del Estado, pero la desposesión de sus bienes a los eclesiásticos y a los municipios condujo a una venta por lotes mal ofertada, de modo que el elevado coste de los lotes hizo que sólo grandes fortunas pudieran acceder a ellos. Con lo que se consolidaría una aristocracia, similar a la antigua nobleza, con la aparición de latifundios y sus terratenientes propietarios, preludio de un posterior caciquismo; polarizando la sociedad en cuanto a la riqueza, con una escasa clase media entre ambos polos. Esta clase media se constituye sobre todo de profesionales liberales ligados a instituciones culturales y administrativas, que difiere mucho de una burguesía comercial que pueda ejercer como el motor económico. A su vez, los terratenientes, apegados a sus tierras de secano, supondrán una traba para favorecer el despegue industrial. La desaparición de los gremios con Fernando VII y las desamortizaciones harán que los artesanos y el clero se encuentren en una situación más precaria que en el siglo precedente; si bien los religiosos, lejos de sus antiguos privilegios, con el cardenal Romo y el concordato de 1851 aliviarán su situación.


    Isabel II tuvo siempre un gran  apego a la ciudad, visitándola solemnemente en 1862; además, desde 1848 hasta 1868 se instalan en el antiguo colegio de mareantes de San Telmo, los duques de Montpensier, Antonio de Orleáns y su esposa María Luisa, hermana de la reina, convirtiéndose Sevilla en una segunda corte. Los duques potenciarían la vida social, integrándose y apoyando las actividades en ella; no obstante, sus pretensiones frustradas a la corona, les obligarían a abandonarla. Durante el período isabelino con intención de potenciar el sector agropecuario, se iniciaría una feria ganadera en el prado de San Sebastián; en la cual pronto primará el aspecto folklórico y festivo del evento.


    Como podemos ver, la sociedad sevillana era una sociedad poco evolucionada, con signos de arcaísmo. Una Sevilla en la que el número de obreros era reducido, elevado el de campesinos y artesanos, y muy alto el de criados. Una ciudad que se parecía bastante a la del s. XVIII, y se diferenciaba de las grandes ciudades europeas más evolucionadas e industriales. La situación de la gran mayoría de su población será tan precaria como en el siglo de las luces, abundando la marginación social (buhoneros, mendigos, gitanos), que proporcionaba una imagen pintoresca, y a la vez peligrosa, reflejada por los autores románticos. No obstante, será en este siglo cuando adquiera la especial impronta que le caracteriza en su identidad. Es en este siglo cuando surgen los mitos de “Don Juan” y de “Carmen”, cuando nace la Feria de Abril y se le da un halo romántico a la Semana Santa.

    ¡Un cordial saludo!

jueves, 15 de enero de 2015

¿Año nuevo, siglo nuevo?

    ¡Hola a todos!

    Pues sí, es muy probable que de un salto en el tiempo y pase de finales del siglo XVI a mediados del XIX, todo un cambio. Aunque será algo temporal, no pienso dar de lado a mi proyecto de vestuario de hidalgo español.


¡Un cordial saludo!